SEAN CRISTIANOS LUMINOSOS*
Busqué a Jehová, y el me oyó, y me libró de todos mis temores. Sal. 34: 4.
No hablen de las faltas de otros. Cuiden su propio jardín. Traten que sus corazones sean
limpiados por el poder de Dios. Cuando haya problemas, en vez de perder la paciencia, en vez
de irritarse y de preocuparse, vayan al Señor y cuéntenle todo . . . No vayan a amigos humanos,
porque ellos tienen demasiado con sus propias cargas. . .
No piensen que colocando las cargas que tienen sobre otros encontrarán alivio. Acudan
directamente al Salvador, y cuéntenle todo lo que los preocupa. Crean que es capaz y que está
dispuesto a enfrentar las circunstancias del caso de ustedes. Cuando acudan contritos al pie de la
cruz, cuando tengan fe en los méritos de un Salvador crucificado y resucitado, recibirán poder a
través de El. Y cuando echen sobre El sus almas impotentes, les dará paz, gozo, fortaleza y valor.
Entonces estarán en condiciones de decir a otros cuán precioso es Cristo para ustedes. Podrán
decir. "Lo busqué y encontré que es precioso para mi alma" "Hallaréis descanso". ¿Cómo?
Mediante una experiencia viviente, debido a que el yugo de Cristo es un yugo de paciencia,
bondad y longanimidad. Los que aprendan de su mansedumbre y humildad, aprendan también a
amarse como Cristo los amó. Alcanzar un grado tal, qué rehusan criticar y condenar a otros.
Saben que se les ha confiado una obra que ningún otro podrá hacer por ellos: aprender de Cristo.
Cuando nos colocarnos en sus manos, nos muestra las posibilidades que están delante y nos invita
a acudir en busca de ayuda a Alguien que es infinitamente superior a los seres humanos que
yerran.
Cristo es nuestra suficiencia. ¿Cómo lo es? Lo sé por experiencia propia. Hace muchos
años, durante algún tiempo estuve desesperada. Entonces me entregué a la misericordia y al amor
del Salvador y su poder reposó sobre mí. En una ocasión los que estaban trabajando en la
oficina de la Casa Editora pensaron que había muerto. Pero de pronto elevé mi voz en oración.
El poder de Dios estuvo sobre mí toda aquella noche, y a partir de ese momento comprendí que
debía hablar por Cristo. Había estado orando y orando por ayuda, y durante todo ese tiempo, mí
Salvador había estado parado junto a mí, esperando que yo le reconociera cómo mi suficiencia,
mi fortaleza y mi gracia. Aprendí la lección, y después dé aquella oportunidad, cuando me
arrodillaba a orar creía que recibiría una respuesta ya fuera que sintiera o no, que la recibiría. . .
¡Oh, cuánto quisiera que honrásemos a Cristo dándonos cuenta de lo que El desea hacer
por nosotros y aceptando su Palabra! Si lo hiciéramos, seríamos cristianos luminosos.
Contemplando a Cristo somos transformados a su semejanza (Manuscrito 118, del 11 de
diciembre de 1904, "Unión con Cristo"). 358
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