EL PRECIO DE NUESTRA REDENCIÓN* - ¿Con qué limpiará el joven su camino?
domingo, 12 de diciembre de 2010


Más vuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al
Señor Jesucristo. Fil. 3: 20.


Mientras Cristo ascendía, con sus manos extendidas para bendecir a sus discípulos, una
nube de ángeles lo recibió y lo ocultó de su vista. Mientras los discípulos esforzaban la vista para
captar el último destello de su Señor que ascendía, dos ángeles de la gozosa multitud se pararon
junto a ellos y les dijeron: "Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús,
que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo" (Hech. 1: 11)
Los discípulos se llenaron de gran gozo. Vez tras vez repitieron las palabras que Cristo
les había dicho en sus últimas lecciones, tal como están registradas en los capítulos 14, 15, 16 y
17 de Juan; y cada uno de ellos tenía alguna cosa que decir acerca de la instrucción recibida,
especialmente con relación a las palabras de Juan [se citan los versículos 1-3].
La promesa de que volvería, y también el pensamiento de que les dejaría su paz, llenaron
sus corazones de gozo. . .
Satanás había hecho de los hombres y mujeres sus prisioneros y los reclamaba como sus
súbditos. Cuando Cristo vio que no había ser humano capaz de ser el intercesor del hombre, El
mismo entró en el fiero conflicto y guerreó contra Satanás. El unigénito Hijo de Dios era el único
que podía librar a los que estaban sujetos a Satanás por el pecado de Adán.
El Hijo de Dios accedió a que Satanás ensayara todas sus estratagemas contra El. El
enemigo había tentado a los ángeles en el cielo y después al primer Adán. Este cayó, y Satanás
supuso que tendría éxito en entrampar a Cristo después que El asumiera la humanidad. Toda la
hueste contempló esta lucha como la oportunidad de obtener la supremacía sobre Cristo. Habían
anhelado tener la ocasión de mostrar su enemistad contra Dios. Cuando los labios del Maestro
fueron sellados por la muerte, Satanás y sus ángeles imaginaron que habían obtenido la victoria.
Fue el sentimiento de que pesaba sobre El la culpabilidad del mundo entero lo que produjo en
Cristo una angustia indecible. En esta lucha mortal el Hijo de Dios podía depender únicamente
de su Padre celestial; todo fue por la fe. El mismo era el rescate, el don dado para la liberación de
los cautivos. Por su propio brazo había traído salvación a los hijos de los hombres, pero ¡a qué
costo para sí mismo!. . .
¡Qué espectáculo fue este conflicto! Sirvió para mostrar al universo celestial la justicia
de Dios (Manuscrito 125, del 9 de diciembre de 1901, "La invariable Ley de Dios"). 356
10 de diciembre UNIDOS EN AMOR*
Amados, si Dios nos ha amado tanto, debemos también nosotros amarnos unos a otros. 1
Juan 4: 11.
El mundo contempla con alegría la desunión que se ve entre los cristianos. Los infieles
se complacen. Dios pide un cambio en su pueblo. La unión con Cristo y la mutua es nuestra
única seguridad en estos últimos días. No demos a Satanás la ocasión de señalar a nuestros
miembros de iglesia, y decir: "Miren como se odia la gente que está bajo la bandera de Cristo. . .
No tenemos nada que temer de ellos mientras empleen sus fuerzas en luchar entre sí".
Después del descenso del Espíritu Santo, los discípulos salieron a proclamar al Salvador
resucitado, con un deseo único: salvar almas. Se regocijaban en la comunión con los santos.
Eran tiernos, considerados, abnegados, dispuestos a realizar cualquier sacrificio en favor de la
verdad. En su asociación diaria mostraban el amor que Cristo les había mandado revelar.
Mediante palabras y hechos desinteresados se esforzaban por encender este amor en otros
corazones. . .
Pero los cristianos primitivos comenzaron a buscar defectos. Ocupándose de los errores,
estimulando la sospecha y la duda, y dando lugar a una crítica despiadada, perdieron de vista al
Salvador y su gran amor por los pecadores. Se volvieron más estrictos en relación a las
ceremonias exteriores, más exigentes con la teoría de la fe, más severos en sus críticas. En su
celo por condenar a otros, ellos mismos erraron. Olvidaron la lección del amor fraternal que
Cristo había enseñado. Y, lo que es aun más triste, no fueron conscientes de su pérdida. No se
dieron cuenta de que la felicidad y el gozo estaban desapareciendo de sus vidas, y de que pronto
caminaban en las tinieblas por haber excluido el amor de Dios de su corazones.
El apóstol Juan percibió que el amor fraternal se estaba desvaneciendo de la iglesia, y se
ocupó particularmente de este asunto. Hasta el día de su muerte, instruyó a los creyentes al
ejercicio constante del amor mutuo. . .
En la iglesia actual de Dios, el amor fraternal está faltando en gran medida. Muchos de
los que profesan amar al Salvador descuidan amar a los que están unidos con ellos en el
compañerismo cristiano. . .
La armonía y la unidad que existen entre los hombres de temperamentos diferentes es el
testimonio más poderoso que puede darse de que Dios envió a su Hijo al mundo para salvar a los
pecadores. Es nuestro privilegio dar este testimonio. Pero, para hacerlo, debemos colocarnos a
las órdenes de Cristo. Nuestros caracteres deben ser moldeados en armonía con el carácter de
Cristo; nuestra voluntad debe someterse a la de El (Manuscrito 143, del 10 de diciembre de 1903,
"Unidad"). 357

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