1Tim.4.16.
Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto,
te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.
Hay
Doctrinas de demonios.
1.Tim.4.1.
Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos
apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de
demonios;
Por
sus frutos los conoceréis.
Mat.7.16.
Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos
de los abrojos?
Algunos extremos.
Estamos salvos, salvo para siempre.
1.Cor.10.12.
Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.
Mar.234.
La caída de Pedro no fue instantánea, sino gradual. La confianza propia lo indujo a creer que
estaba salvado, y dio paso tras paso en el camino descendente hasta que pudo
negar a su Maestro. Nunca podemos con
seguridad poner la confianza en el yo, ni tampoco, estando, como nos hallamos,
fuera del cielo, hemos de sentir que nos encontramos seguros contra la
tentación. Nunca debe enseñarse a los
que aceptan al Salvador, aunque sean sinceros en su conversión, a decir o
sentir que están salvados. Eso es
engañoso. Debe enseñarse a todos a acariciar la esperanza y la fe, pero aun
cuando nos entregamos a Cristo y sabemos que él nos acepta, no estamos fuera
del alcance de la tentación. . . Sólo el que soporte la prueba, "recibirá
la corona de vida" (Sant. 1: 12). . . Los que aceptan a Cristo dicen en su
primera fe: "Soy salvo" están en peligro de confiar en sí mismos. . .
Se nos amonesta: "el que piense estar firme, mire no caiga" (1 Cor.
10: 12). Nuestra única seguridad está en desconfiar constantemente de nosotros
mismos y confiar en Cristo
Mar.48.
Existe la necesidad de examinarse íntimamente y de preguntarse a la luz de la
Palabra de Dios: ¿Soy íntegro o corrupto de corazón? ¿Estoy renovado en Cristo
o soy todavía carnal de corazón, cubierto sólo exteriormente con un vestido
nuevo? Acercaos al tribunal de Dios y
observad, como a la luz de Dios, si hay algún pecado secreto, alguna iniquidad,
algún ídolo que no hayáis sacrificado.
Orad, sí, orad como nunca antes para que no seáis engañados por los
ardides de Satanás; para que no os entreguéis a un espíritu descuidado,
indiferente, vano...
Uno
de los pecados que constituyen una de las señales de los últimos días es que
los cristianos profesos son amadores de los placeres más que de Dios. Tratad
sinceramente con vuestras propias almas. Investigad cuidadosamente. Cuán pocos, después de un examen fiel, puede
levantar la vista al cielo y decir:. . . "No soy amador del placer más que
de Dios". Cuán pocos pueden decir:
"Estoy muerto para el mundo. . . Mi vida está escondida con Cristo en
Dios, y cuando Aquel que es mi vida
aparezca, yo también apareceré con él en gloria".
1.Cor.15.1-3.
Os hago saber, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en
el cual permanecéis firmes, por el cual
también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué... Si no,
¡habríais creído en vano! Porque os
transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por
nuestros pecados, según las Escrituras;
1.Tim.6.3-6.
Si
alguno enseña otra cosa, y no se atiene a las sanas palabras de nuestro Señor
Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está hinchado, nada sabe, y padece del
enfermizo deseo de discusión y contienda de palabras, que engendran envidias,
pleitos, maledicencias, malas sospechas,
porfías necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la
verdad, que toman la piedad por ganancia. Sin embargo, grande
ganancia es la piedad acompañada de contentamiento.
Rom.16.17-19.
Os ruego, hermanos, que os guardéis de los que causan divisiones y tropiezos
contra la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque
los tales no sirven al Señor nuestro Jesucristo, sino a sus propios
vientres. Y con suaves palabras y
lisonjas engañan el corazón de los simples. Vuestra obediencia ha venido a ser
notoria a todos. Estoy pues, contento de
vosotros. Pero quiero que seáis sabios para el bien, e inocentes para el mal.
H.Ap.438,439.
Delante
del creyente se extiende la maravillosa posibilidad de llegar a ser semejantes
a Cristo, obedientes a todos los principios de la ley. . . La santidad que
según la Palabra de Dios debe manifestar antes de ser salvo, es el resultado de
la obra de la gracia divina, a medida que se somete a la disciplina y a las
influencias refrenadoras del Espíritu de verdad. La obediencia del hombre sólo puede ser
perfecta gracias al incienso de la justicia de Cristo, que satura de fragancia
divina cada acto de obediencia. La parte
que le toca a cada cristiano consiste en perseverar en la lucha para vencer
toda debilidad de carácter. Debe orar
constantemente al Salvador para que sane las dolencias de su alma enferma de
pecado. No tiene la sabiduría ni la
fuerza para vencer por sí solo; pertenecen al Señor, y El las confiere a los
que buscan su ayuda humildes y contritos.
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